martes, 29 de marzo de 2011

La verdad de Agamenón y su porquero



"Glosa de la Niña de los Peines"
(Petenera) - Mayte Martín
Quisiera yo renegar / de este mundo por entero.
Volver de nuevo a habitar / -madre de mi corazón-
por ver si en un mundo nuevo / encontraba más verdad.


"No fueron los que inventaron la mentira (pues la mentira nunca fue inventada sino que nació por reflejo necesario de la invención de la verdad), sino los que inventaron la verdad quienes hicieron falaz a la palabra. La palabra, que había nacido sólo para ser ficción -ilustración imaginaria con la que los hombres podían repetirse en simulacro sus acciones, sentados junto al fuego-, se hizo madre de engaños cuando se la erigió en decidora de verdades."  Rafael Sánchez Ferlosio

Dice el comienzo del Juan de Mairena:
"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón.- Conforme.
El porquero.- No me convence. "


"(Interpretación arbitraria del Initium del «Juan de Mairena»)
Texto:
«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón. — Conforme.
El porquero. — No me convence.»
Interpretación:
Los comentarios de Aga­menón y del porquero, al hablar por propia voz, teatralizan el texto, haciendo sonar, retroactivamente, el enunciado inicial como algo dicho por una tercera voz, por otra pri­mera persona. Puesto que ese tercero deja así, inevitablemente, de ser Juan de Mairena, surge por fuerza la pregunta de quién es. No es ninguna osadía colegir que no puede ser más que un cortesano, un profeta —o filóso­fo— de corte, un mandarín o, finalmente, como hoy diríamos, «un intelectual orgáni­co»; un ilustrado leído y escribido a quien la corte ha encomendado la función de excogi­tar y de decir —o dictar— no sólo la verdad sino también, como aquí, la verdad de la ver­dad (o sobre la verdad), que es, por defini­ción, una y única para reyes o porqueros, como uno y único es en su reino el rey Aga­menón. La verdad es, por definición, la verdad del rey Agamenón, y es tan verdad que no lo es porque la diga el señor Agamenón, sino que seguiría siéndolo aunque el señor porquero la dijese. El porquero es iletrado e ignorante, pero suspicaz, y hay algo en la unívoca y taxativa declaración del mandarín que no acaba de sonarle; es además un buen subdi­to, leal —y quizá hasta agradecido— a su se­ñor, pero es, a la vez, demasiado honesto para no declarar su corazón, o, como diría el Calila e Dimna, su poridat, y dice: «No me convence».

Glosas:
La honradez del porquero lo aleja también —y con horrorizado escándalo si llegase a conocerla— de la cínica lucidez de Humpty Dumpty: «No es el sentido de las palabras lo que importa; lo que importa es saber quién manda». Fue este mismo princi­pio el que, de hecho y avant la lettre, se con­sagró en Nicea, cuando el emperador Cons­tantino, que —aún por bautizar— tenía la presidencia del Concilio, zanjó toda discor­dia sobre la omoousía o consubstancialidad, dictando que todos los padres sinodales aca­tasen la palabra literal, pero con plena liber­tad para interpretarla cada cual según su en­tendimiento.En fin, sobre esta Reina una y única y unívoca que los mortales llaman La Verdad, ¿no querrá acaso también decirnos algo el episodio de la Biblia (Reyes I, 22) que cuenta la desastrosa incursión del rey Acab de Israel contra el reino de Damasco por la soberanía sobre Ramot de Galaad? Aquí es Sedecías, hijo de Canana, y jefe o portavoz, al parecer, de los 400 profetas de corte, quien, en las consultas previas sobre la expedición, resuel­ve y dictamina la verdad, o sea, por defini­ción, la verdad del rey, que en este caso es una profecía: la predicción del éxito de la empresa militar contra los sirios. Pero he aquí que el piadoso Josafat, rey de Judá, y aliado de Acab en la ocasión, no se conforma con el veredicto de los profetas de corte del reino de Israel, y le pregunta a Acab por al­gún otro profeta. Acab contesta: «Hay toda­vía otro hombre por quien podríamos con­sultar a Yavé: Miqueas, hijo de Yemla; pero yo lo aborrezco, por que nunca me predice bien alguno, jamás me profetiza más que males». Josafat lo reprende: «No hable así el rey», y Acab manda a buscar a Miqueas, que es un hombre del desierto («Yo aúllo como chacal y gimo como avestruz») o, como hoy diríamos, un outsider, para que comparezca ante la corte. Comparecido, a la primera in­terrogación de Acab: «¿Atacaremos a Ramot de Galaad o debemos desistir de ello?», Mi­queas contesta con la verdad del rey: «Ataca, que tendrás buen éxito y Yavé la entregará en tus manos». Pero Acab lo conoce y le re­plica airado: «¿Cuántas veces tendré que conjurarte que no me digas más que la verdad en nombre de Yavé?», y entonces Mi­queas le cambia el veredicto, profetizando la derrota del ejército y la muerte del rey en la batalla.
El cumplimiento de esta profecía nos da a entender que la intención ejemplar del texto bíblico está en contraponer a la verdad del rey la verdad de Yavé, o sea de Dios. Pero la verdad de Dios, a quien no en vano se ensalza como «Rey de reyes y Señor de los que dominan», resulta ser, si cabe, to­davía más una, única, unívoca y hasta abso­luta que la verdad del rey; y el hecho de que ante ella cada rey pueda llegar a hacerse, a su vez, tan suspicaz como el porquero ante la verdad de Agamenón, diciendo: «No me con­vence», no debe tentar a nadie a caer en la demasiado conciliadora y confortante solu­ción de concebir la verdad de Dios como la verdadera verdad de los porqueros de ver­dad, pues también la verdad de Dios surge de boca de sus propios mandarines. La verdad no es la verdad ni aunque la diga el porquero de los dioses o el dios de los porqueros. Será siempre una sucia invención de mandarines."

(Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, págs 181-185, ed. Destino, Barcelona 1993)

Más sobre:
Agamenón y su porquero

Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín (extractos)


 Dicen otros versos del poeta:

Dice la razón: Busquemos
la verdad.
Y el corazón: Vanidad.
La verdad ya la tenemos.
La razón: ¡Ay, quién alcanza
la verdad!
El corazón: Vanidad.
La verdad es la esperanza.
Dice la razón: Tú mientes.
Y contesta el corazón:
Quien miente eres tú, razón,
que dices lo que no sientes.
La razón: Jamás podremos
entendernos, corazón.
El corazón: Lo veremos.
_ . _

Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?

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