viernes, 17 de diciembre de 2010

Enrique Morente (1942-2010), In Memoriam.


A Enrique Morente, gloria.

Tu cálida voz
tu corazón profundo
tus huellas visibles
el cielo de tu boca.
Tus ojos entreabiertos
tus pelos afilados
tu futuro despierto
la garra de tu pena.
San Juan te convoca
Picasso ensimismado
Lorca bajo el agua
el jardín y tu grito.
Ya estamos tristes
tenemos la medalla
innombrables sufrimientos
nos falta tu aliento.
El eco de tus pasos
por los puentes lejanos
tu cara tan cercana
la sombra de tu ángel.
Tu lobo en el desierto
tu raíz descubierta
tu próxima batalla
el resplandor de tu brisa.
Que digan lo que quieran
que hablen los muchachos
que bailen las ninfas
nos falta tu mirada.
Tus manos boquiabiertas
tu traje llevadero
tu pose descarnada
el cariño de tu risa.
Tu vida no se acaba
tu fuerza nos ayuda
el reloj habló claro:
el alcance de tu flecha.

Poema escrito ayer por Kiko Veneno en homenaje a Morente

 

La última entrevista de Enrique Morente

Martes, 14 Diciembre 2010
El escritor Santiago Roncagliolo visitó a Enrique y Estrella Morente en un encuentro íntimo entre padre e hija en su casa del Albaicín, en Granada. Una conversación en la que se habla de flamenco, por supuesto, pero también de rebeldía, drogas y del inmenso legado del maestro, que fallecía ayer en Madrid a los 67 años. Es la última entrevista de Enrique Morente. En el próximo número de Vanity Fair, el lunes en los kioscos, también podréis ver el reportaje fotográfico que acompañó a este reportaje.

Barrio del Albaicín, Granada. Son las cinco en punto de la tarde. Enrique de artista y de padre orgulloso. A su lado, su hija, Estrella. No hablan de sexo. Pero sí de drogas y ‘rock & roll’. Aurora, la matriarca, organiza todo. Hasta ha guisado las albóndigas del almuerzo… Los Morente nos abren las puertas de su casa. Entre sus paredes blancas padre e hija ultiman sus nuevos discos y el lanzamiento de sus hermanos como artistas. La saga de los Morente continúa.
Por Santiago Roncagliolo
Fotos, Gtres.

Estrella Morente empezó a cantar en pañales. Su padre Enrique es el más audaz cantaor no gitano. Su madre y su abuela eran bailaoras de primera línea. Su abuelo tocaba con Lola Flores, y le insistió a la niña que se dedicase al cante, siempre al cante, de ninguna manera al baile. Que Estrella fuese una loca, una oveja negra, y se dedicase a la medicina o el derecho, no era ni siquiera una posibilidad.
Cuando Estrella tenía cuatro años, el abuelo le sacaba la guitarra y la hacía cantar. Cuando tenía diez, el gran guitarrista Sabicas le tocó una taranta. A los quince deslumbraba con su voz en las fiestas de Granada. Previsiblemente, al terminar el colegio, le dijo a su padre:
-Papá, yo no quiero estudiar, yo no quiero una carrera: yo quiero cantar.
Enrique respondió:
-Pues hija, has escogido la carrera más difícil.
Él había crecido en un medio completamente distinto. Cuando niño, se llenaba los bolsillos con letras de cante, que su madre le tiraba a la basura. La señora quería que su hijo fuese “un hombre de provecho”. Él tuvo que hacerse cantaor en Madrid, donde la presión familiar no lo alcanzaba. Así que medio siglo después, cuando su propia hija le expresó sus deseos, Enrique sólo le hizo una pregunta:
-¿Cantante o cantaora?
-Cantaora.
En realidad, él no necesitaba escuchar la respuesta.
El ruiseñor de la Alhambra
-Todos los padres creemos que nuestros hijos son los mejores y los más guapos –ríe Enrique Morente, quince años y varios discos de oro después-. Yo veía a Estrella cantar y me parecía que tenía condiciones. Pero un día la grabé, y me quedé escuchando su voz en el estudio, ya no como padre, sino como profesional. Entonces me fijé en el color de su voz, en la textura: era extraordinaria.
-¿Ah, sí? Pues es la primera vez que me lo dices –responde Estrella.
Son las cinco y media de la tarde, pero los Morente recién terminan de comer. Aurora Carbonell, esposa, madre, relacionista pública, y por si fuera poco, responsable por la sangre gitana de la familia, se ha ocupado de que puedan hacerlo. Ha hecho malabares con las complicadas agendas de Enrique y Estrella, y coordinado la hora de nuestra entrevista de manera que no interfiera con sus planes. Ha guisado las albóndigas. Me ha recibido y me ha derivado con amabilidad a un salón para que los deje terminar su almuerzo en paz.
Se lo han ganado, sin duda.  Estrella y Enrique se han pasado toda la mañana en su estudio, un sótano de cincuenta metros cuadrados construido bajo la piscina de la casa familiar. Ahí, junto a su ingeniero de sonido, han estado grabando las primeras tomas para el próximo disco de la hija, que como todos los anteriores, será producido por el padre.

En las grabaciones profesionales, lo habitual es poner primero la percusión, a continuación los bajos, y luego los instrumentos solistas. Los cantantes se acoplan a la base musical sólo al final. Pero los Morente trabajan exactamente al revés: la primera grabación de Pregón de las moras incluye sólo la voz de Estrella, desnuda y sin efectos: un lamento aterciopelado pero cargado de fuerza que pone la piel de gallina.
-Hay artistas que ponen el concepto por encima del arte –explica Estrella, mientras lo escuchamos-: quieren un disco con un sonido en particular, y lo moldean como un producto. Mi padre, en cambio, pone el arte por encima del concepto.
-Ése es el verdadero trabajo del productor –completa Enrique-. No tienes que imponerle tu estilo al artista, sino sacarle lo mejor que él pueda dar.
Han dado cuenta de las albóndigas, y después de probar y descartar la temperatura del salón, han optado por atenderme en una sala junto a la cocina, uno al lado del otro, en dos confortables sillones de madera.
Estrella lleva un sencillo vestidito rosado con estampado de colores vivos, y unas sandalias tan delgadas que parece descalza. Enrique, barba de tres días, la camisa a medio abrir, pantalones pescadores y unas chanclas deportivas. Es él quien ha propuesto escuchar la grabación del Pregón de las moras, y mientras lo hacemos, me dedica una sonrisa de padre orgulloso, como si me estuviera enseñando los trofeos deportivos del colegio.
La letra de la canción dice “papaíco de mi vida, yo no puedo andar”. Y quizá no es una casualidad. Estrella dio sus primeros pasos discográficos con su padre, en 1996, como corista de Omega, el trabajo más arriesgado de Enrique: una fusión entre el flamenco y el rock alternativo de Lagartija Nick, con canciones de Leonard Cohen y letras de Federico García Lorca. A los fans, el experimentó los enloqueció. Se posicionaron rabiosamente a favor o implacablemente en contra. Y eso marcó el primer obstáculo para la incipiente carrera de su hija: ¿cómo hacer algo más innovador? ¿Cómo aportar algo distinto?
En palabras de Estrella:
-Cuando tu padre va por la vida con una pulsera de pinchos en la muñeca te pone muy difícil ser más rebelde que él.
Así que la hija optó por innovar hacia atrás. El primer repertorio de Estrella recuperaba ritmos y autores del flamenco más clásico, como Sabicas o Marchena, y su estética se inspiró en Pastora Pavón, la Niña de los Peines (1890-1969), la mayor voz femenina del flamenco de la primera mitad del siglo XX, y la favorita de García Lorca. Estrella Morente no es muy amiga de las grandes explicaciones. En general, se expresa con brevedad y concisión. Y sin embargo, cuando habla de la Niña de los Peines alza la voz, y sus enormes ojos brillan como dos lunas oscuras:
-La Niña era muy grande. No sólo como cantante. Era una mujer luchadora, que tenía que vérselas en una época y un medio mucho más difícil que el actual para las mujeres. Y salió adelante. Además, sabía verse muy bien. Era tan limpia que, cuando viajaba en tren, llevaba un pañuelo de seda blanca sólo para limpiarse el hollín que soltaba la locomotora.
Inspirada en la Niña, la casa Loewe diseñaría en piel una bata de cola blanca que Estrella luciría junto con sus enormes pendientes y relucientes peinetas. Su madre Aurora, entre sus múltiples ocupaciones, también la ayudaría a escoger un vestuario a la altura de su voz. Pero eso vendría después. Lo primero era saber pararse en un escenario.

Estrella es incapaz de precisar una fecha en concreto como su debut. Ha pasado toda vida sobre las tablas. Sin embargo, en su libro La voz de los flamencos, el periodista Miguel Mora marca un día en el que Estrella “reinventó el flamenco”: fue el 2 de setiembre de 1998, en el Paraninfo de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y Mora describe la actuación de la cantaora así:
-Empezó suave y temblona, pero la duda duró un momento. Lo que llamaba la atención a sus 17 años, aparte de su belleza rubia y de su voz de pájaro, era ese absoluto dominio de las tablas, ese aplomo de veterana, y esa forma desenfadada y precisa de decirle ole al guitarrista… A los diez minutos de actuación, el público sabía ya que nunca se iba a olvidar de aquella niña que viene cantando desde el fondo del pasado para redibujar e inventar un arte que sólo diez minutos antes parecía intocable.
Mi droga es el cante
-Mi cantante favorito es Enrique Morente. Y lo sería aunque yo no fuese su hija. En el escenario, él siempre hace algo distinto, misterioso, sorprendente. Si me preguntas quién quiero ser, yo quiero ser Enrique Morente.
-Y yo quiero ser tú –responde Enrique Morente.
-Sí, hombre. Qué tontería.
En persona, padre e hija no se parecen especialmente. Estrella Morente tiene un carácter afable, casi protector. Cuando me vaya, se adelantará personalmente para llamar a un taxi. Durante toda la entrevista, mantiene un ojo en alguno de sus hijos, que revolotean por las escaleras. Y aunque no necesita maquillaje para verse muy atractiva, su belleza es sencilla, sin exuberancias ni estridencias. A simple vista, uno nunca adivinaría en ella la energía para el directo que la ha hecho famosa, como si el escenario la transformase en otra persona.
Por el contrario, Enrique, a pesar de su aspecto de andar por casa, tiene maneras de hombre de mundo y, claramente, está acostumbrado a tener el control de las conversaciones. No es en ningún caso pedante, pero sí muy articulado e irónico. Ha leído a Miguel Hernández, y asistido a exposiciones de Picasso. Ha conocido a Ava Gardner. Y puede hablar de todos ellos con la misma fluidez con que analiza la crisis de Medio Oriente.

-Mis maestros eran gente muy culta –recuerda él-, porque se formaron en los años veinte, cuando Manuel de Falla y Federico García Lorca acercaban al flamenco con la vanguardia. Pero mi generación, ya no tanto. Yo era muy bruto. Hasta los veintidós años no conocía más que Granada y Madrid. Recién en el 64, una compañía de baile me llevó a Nueva York. Y quedé impactado, no sólo por la cultura de la ciudad, sino por la violencia, los asaltos, los conflictos raciales, que aquí no había. Ahí descubrí el gran mundo. La mayoría de mi generación no tuvo esa opción. El descubrimiento de nuestros años fueron las drogas.
En efecto, en los años setenta, la muerte de Franco produjo grandes cambios para los artistas de música tradicional: desde la aparición del emblemático disco de Camarón La leyenda del tiempo, a finales de esa década, el flamenco empezó a mezclarse con nuevos estilos musicales y acercarse a públicos mucho más amplios, todo en una atmósfera nunca antes vista de libertad y permisividad.
Por primera vez, el flamenco empezó a mover dinero en cantidades insólitas. Los músicos de la edad de Enrique empezaron a vivir como estrellas de rock, lo cual incluía altas dosis de cocaína y heroína. El local que mejor encarna esos años de locura es el Candela, una cueva en el madrileño barrio de Lavapiés, refugio de artistas como Pedro Almodóvar o Miquel Barceló, y cuna de bandas como Ketama.
Hoy en día, la lista de habituales del bar se ha convertido en un triste obituario flamenco. Su administrador Miguel Candela fue hallado muerto en la calle del Olivar hace un par de años. El genial Camarón, que montaba ahí sus fiestas después de cada concierto, encadenó un ingreso tras otro en clínicas de rehabilitación, y murió a los 41 años. El potencial sucesor de Camarón, el jovencísimo Potito, destrozó su carrera y sólo salvó la vida ingresando en una Iglesia Evangélica. Ray Heredia, fundador de Ketama, fue arrasado por la heroína en 1991. Durante el velorio de este último, un furioso Enrique Morente irrumpió en el tanatorio y les gritó a los jóvenes que rodeaban el ataúd:
-¡A ver si os enteráis de que esto mata, coño! ¡Esto mata!
Estrella Morente reconoce que su padre vivió “momentos muy difíciles” debido a ese tema, “momentos de los que sólo le salvó su afición por la música”. Pero es difícil saber si esos momentos se debieron a adicciones ajenas o propias. Ante la pregunta sobre sus experiencias con las drogas, Enrique Morente sonríe, piensa lo que va a decir y responde:
-Nosotros salíamos por las noches a buscar guitarras y cantes. Mi droga es el cante y la guitarra.
Aún así, no resulta fácil imaginar a un hombre como él en plena movida de los ochenta tratando de hacer de padre o de imponer disciplina a los chicos. Fuese o no su droga el cante, Enrique no era el tipo de persona que se despierta a las ocho de la mañana para llevarlos al colegio. Tampoco podía exigir a sus hijos no rebelarse contra sus mayores, ya que a eso precisamente dedicaba su vida. Estrella recuerda al Enrique de su infancia con las siguientes palabras:
-Mi padre siempre fue una veleta. Un día era el más liberal y bohemio. Al día siguiente, el más quisquilloso, el que más problemas ponía.

-Es que con la paternidad uno no sabe ni qué hora es –se defiende Enrique-. Lo que más te preocupa en la vida son tus hijos, pero nunca te enteras de si lo que haces está bien o mal. Es muy difícil acertar.
Y esto, aunque parece decírmelo a mí, se lo está diciendo a ella.

La factoría de las chuletas

La casa de los Morente es una construcción típica del barrio granadino del Albaicín: paredes blancas, techos de tejas y espacios amplios para que el aire refresque. Situada en lo más alto de la ladera de la montaña, goza de una imponente vista de la Alhambra y la Sierra Nevada, y para aprovecharla mejor, los salones están en los pisos superiores, y los dormitorios, abajo.
En el interior, el mobiliario es clásico y confortable. Igual que sus ocupantes, la casa prefiere la comodidad al diseño, y la decoración es una especie de creación colectiva: en las paredes se mezclan sin orden aparente trofeos de la gloria flamenca y cachivaches de familia numerosa.
En el estudio del salón, bajo una foto original autografiada por Federico García Lorca, se amontonan los mandos de una Playstation. En una estantería, se exhibe la foto de Enrique recibiendo la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes de manos del rey Juan Carlos, y justo encima, la colección completa de Pipi Calzaslargas en VHS. Trajes de luces junto a fotos de bebés. Imágenes del Corazón de Cristo junto a afiches del equipo español de la última Eurocopa. Por los cinco dormitorios de la casa pasan con frecuencia los tres hijos y dos nietos de Enrique y Aurora, pero también amigos, productores, colegas y más de un periodista que les ha caído bien.
-Esta es la casa de todo el mundo –advierte Morente- pero no del mundo entero.
Y en esa casa, todo el mundo tiene que ver con la música. De hecho, toda la familia, los tres hijos y hasta los nietos, ha grabado con el padre, en los coros de su disco Morente flamenco. Y a los hijos menores, Soleá y José Enrique, los tientan las compañías discográficas. Le pregunto a Enrique si piensa producirlos también a ellos. Hasta ahora, ha trabajado con todos los discos de su hija, y ninguno más. Pero no tiene claro si hará lo mismo con todos sus herederos:
-En ese tema estamos ahora mismo. Yo siempre he procurado tratarlos a todos igual. Pero ahora ellos tienen mucha presión encima. No sólo su padre tiene un lugar, sino su hermana es una primera figura del flamenco. Es muy difícil arrancar una carrera así.
-Yo le pido a papá que produzca a mis hermanos –interviene Estrella, y otra vez siento que habla más para él que para mí-. Lo hará divinamente.
-Pero eso no basta –insiste él-. ¿Sabes cómo saber si un aspirante a torero va a ser bueno? Lo llevas a comer chuletas. Muchas chuletas. Si se las come, tiene futuro. Pero si no llega a la tercera chuleta, mejor que lo deje. Le hace falta hambre de toro. Ahora estamos en la etapa de ver si mis hijos se comen la tercera chuleta.
Con medio siglo de experiencia en el mundo flamenco, una de las palabras que más usa Enrique Morente es “etapa”. Tiene muy claro qué cosas puede hacer un artista al principio de su carrera, y qué cosas debe hacer después. Le entusiasman los riesgos, pero los tiene todos calculados.
Por ejemplo, Enrique ha emprendido experimentos tan extravagantes como tocar con el grupo subterráneo neoyorquino Sonic Youth. En cambio, Estrella no ha tocado rock, y esperó hasta su tercer disco para explorar géneros nuevos, entre ellos, el tango de Gardel al que puso cara Penélope Cruz en la película Volver. Sólo después de eso, se atrevió a darle su voz al Amor Brujo de Manuel de Falla, con acompañamiento de orquesta filarmónica. Con sólo tres discos en diez años, Estrella es una de las figuras más exitosas, pero también más parcas y pacientes del medio.
-Es que todo se nos atrasa siempre –explica Enrique-. Estrella vive en Málaga y tiene dos hijos. Los dos tenemos agendas muy recargadas. Así que avanzamos muy lentamente.
-Yo no voy lenta -replica Estrella-, es que tú vas muy rápido. Cada dos meses me viene alguien con un nuevo disco de Enrique Morente. Yo ya ni te sigo la pista.
-No tanto, mujer.
-¡Que sí! La semana pasada me mostraron uno que lleva una tirita en la portada ¿Ése es tu último disco, papá?
-A lo mejor. Yo tampoco lo sé.
El sentido del humor Morente tiene siempre el mismo leit motiv: “no somos tan importantes. Lo importante es ser natural”. Sin embargo, cuando vuelven al registro serio, reaparece el “pensamiento Morente”: etapas, todo por etapas y con paciencia, el éxito es como el escalafón de una transnacional, o los galones de un ejército.
-No hace falta apresurarse sino hacerlo bien –explica Estrella, siempre siguiendo la filosofía familiar-. Ahora, con la tecnología, cualquiera puede grabar un disco que suene profesional. En cambio antes, era tan difícil grabar que sólo los mejores llegaban a sacar discos.
-Es que antes no había industria –retoma su padre-. Yo grabé mi primer disco porque gané un concurso. Si no, hasta ahora seguiría inédito. Y tenía que grabar muy rápido. Me dejaban el estudio sólo de once a una de la tarde, porque luego llegaba la vedette de turno que salía en algún comercial de detergente, y el dueño nos quería fuera de ahí. Hoy hay mucho más dinero para estas cosas. Hoy hay un dinero que nunca hubo.
Le pregunto a Enrique si le molesta el rumbo actual de la industria. Si cree, como muchos otros músicos, que el arte se prostituye más hoy que antes. Enrique Morente es un hombre fogueado en entrevistas, que siempre tiene una respuesta respetuosa para todo el mundo. Pero su sinceridad a veces lo traiciona. Después de una disertación sobre lo bueno que es todo el mundo y lo maravillosos que son los artistas, admite, casi contra su voluntad:
-Lo malo es cuando tienen éxito las cosas que no te gustan.
El legado del rebelde
La rebeldía ha sido siempre la marca de la casa de Enrique Morente. En cierta ocasión actuó ante los exiliados republicanos en la sede del Partido Comunista en París. El poeta Rafael Alberti estaba entre el público, y sus amigos le pidieron a Morente que cantase letras de izquierda. Morente, incapaz de acatar órdenes, se despachó con una selección del más conservador cante jondo. Para presionarlo, Alberti subió al escenario y recitó letras sobre “San José Obrero y San Juan Pescador”, pero Morente no se amilanó. Mientras más lo apretaban, más de derechas se ponía.
En cambio, años después, cuando tuvo que cantar frente al Rey Juan Carlos, le dedicó una canción republicana.

-Cuando cantas, tienes que cantar con verdad –explica él-. La rebeldía no es una agresión, es simplemente la libertad de ser honesto con lo que llevas dentro en cada momento.

Y la rebeldía de Enrique no se limita a sus canciones. En su página web ha colgado un manifiesto sobre la situación en Palestina. Ha ofrecido conciertos para evitar la destrucción del barrio valenciano del Cabañal. En uno de sus espectáculos, se disfrazó de barbero para ridiculizar a los magnates financieros. Estrella, en cambio, ha mantenido un perfil político discreto. Le pregunto si se siente lejana a la política:
-Cuando te educan como a mí, es difícil mantenerse al margen de lo que ocurra. En el mundo hay cosas que decir. Y yo quiero hacerlo. Pero me siento lejana a los partidos. No sé por quién votar. Antes todo estaba más claro. Ahora no sabes bien dónde están los fachas. El fascismo aparece por todas partes.
-Hemos vuelto al principio –continúa Enrique-. Hoy, los hijos de los progres se van al botellón o cogen la peineta y la pandereta. No encuentran una salida a sus inquietudes. Pero yo creo que es importante preocuparse por el mundo a nuestro alrededor.
Les pregunto si ese mismo espíritu crítico se lo aplican a sí mismos, es decir, si aceptan con facilidad los juicios negativos sobre su trabajo. Al fin y al cabo, no todo han sido elogios en sus carreras. Muchos puristas critican los experimentos de Enrique. Y muchos fanáticos de Enrique consideran a su hija “demasiado comercial”. Enrique se apresura a responder:
-Acabo de leer una crítica del periódico sobre mí. Me llama “narcisista”. Pero en general es una reseña seria. El autor sabe de lo que escribe. Así que no me molesta. Lo que sí me molesta es la difamación. La crítica del flamenco siempre fue muy ignorante y caía con facilidad en el ataque personal. Eso ha cambiado. A ustedes –se vuelve hacia su hija- ya no les ha tocado sufrir eso.
-Yo leo todas las críticas sobre mí…
-Hay que leerlas –remacha doctoral Enrique.
-… Pero creo que cualquier obra de arte está por encima de cualquier crítica.
-No estoy de acuerdo –se opone su padre-. La crítica puede ser hasta mejor que la obra. Por ejemplo, en El perseguidor, el cuento de Julio Cortázar, el gran momento es cuando el narrador comprende al crítico de jazz…
-Pues esto se lo escuché a María Callas: “cualquier obra de arte está por encima de cualquier crítica”. Y a mí me parece muy cierto.
Estrella corta la discusión con un gesto de la mano. Por lo general, para las grandes lecciones, Estrella remite a su padre. Y cuando las preguntas demandan alguna opinión comprometedora, deja discretamente que responda él primero. Pero está claro que cuando ella cree firmemente en algo, eso va a misa. Ella se deja guiar por la experiencia, pero sus certezas son inamovibles. El mismo principio parece regir para su carrera. Según Estrella:
-Para mí, ser hija de Enrique Morente sólo ha tenido ventajas. Mi apellido me ha abierto muchas puertas. Pero si no tienes un talento propio, se te vuelven a cerrar. Tienes que escuchar a los que saben pero desarrollar un estilo que sea sólo tuyo.
En ese proceso, Enrique es consciente de la delgada línea entre la colaboración y el estorbo. Aunque produce los discos y asesora las decisiones de su hija, siempre ha tratado de mantenerse al margen de su imagen pública. Sólo después de años de carrera solista, los dos se han reunido para alguna que otra actuación en vivo, y no muchas veces. Y según ellos, en esos directos, mucho más que en los discos, las tensiones paterno-filiales se vuelven difíciles de manejar. Enrique le dice:
-Durante las pruebas y los ensayos, descuido mi propia preparación porque estoy pensando en que estés bien tú.
-Y yo en que estés bien tú –responde ella.
Los dos intercambian una mirada de orgullo mutuo. Por las ventanas se filtran las fachadas blancas y el sol del Albaicín. El ingeniero de sonido ha regresado y los Morente van a bajar al estudio, a continuar con su grabación.
Antes de despedirme, les pregunto si planean seguir trabajando juntos en todos los discos de Estrella.
Enrique se apresura a responder:
-Yo le he preguntado muchas veces a Estrella: “¿No has pensado en llamar a otro productor?” –pero luego, como a lo largo de toda la charla, se vuelve a hablarle a ella-. A lo mejor te conviene. Para que no esté papaíto ahí siempre…
Pero Estrella no responde. No hace falta, en realidad. Igual que años antes, cuando le preguntó si sería cantante o cantaora, él ya conoce la respuesta.

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