Cuántas cosas se dirán, se escribirán, se habrán escrito ya del maestro morente. Se ensalzará su incomparable talento, su poderosa personalidad, su profundo conocimiento del legado flamenco, su imaginación inagotable y sin límites. Todo es absolutamente cierto, y de justo reconocimiento; pero yo tengo la irrefrenable necesidad de hablar de otra cosa, de lo esencial, que por supuesto ramificaba también en su arte, pero que tenía su raíz en su alma noble, libre y generosa. Yo quiero hablar de lo sagrado de su aportación al mundo de los mortales, flamencos y no flamencos, que somos lo mismo. De su poderoso impulso libertario extendido desde siempre a todos los aspectos de su vida. De su sentido de la ética, esa palabra sagrada en peligro de extinción, de su compromiso real y sólido con los valores que el embrutecimiento del universo amenaza con relegar. Esa es la mayor pérdida y el mayor de los regalos que enrique hizo a quienes tuvimos la suerte de cruzarnos en su camino. Porque su religión era todo aquello que para otros es solo romanticismo.
Su silencio eterno es un grito a la libertad; a la lucha por proteger la integridad en el arte, lo único que de verdad eleva las almas y las hace tener la certeza de que un mundo mejor es posible. Después de morente, se ensancha nuestra obligación moral de preservar ciertas cosas de las que él era ejemplo vivo.
Es tan esperanzador que aún haya cosas que no tienen precio… al día siguiente de su actuación en el molino -colaboración que yo le pedí  para que echara el agua bendita a un proyecto que nace gracias a ese idealismo que para él era religión y para otros solo romanticismo-, me llamó para decirme que no quería cobrar, que esa era su aportación a la hermosa y difícil peregrinación que yo había emprendido en pro del flamenco del alma.
La noche del 23 de noviembre morente cantó como si supiera que esa sería la última vez que lo hacía. rendido a la fragilidad de la vida. diría que presintiendo su muerte.
después de esa mágica noche todos los que tuvimos la inmensa suerte de estar allí, la noble causa por la que él nos regaló su arte, los idealistas y el flamenco, cuyo patrimonio, como él bién decía, debía ser la humanidad y no al revés, estamos ya por siempre benditos".
Mayte Martín